Por Valentín Tolstij
Traducido por Víctor Carrión [...] Mijaíl Lifschitz es considerado uno de los pensadores más enigmáticos de la época soviética, como lo expresó no hace mucho un periódico liberal. Esto es justo en parte, pero ahora, a medida que ingresan materiales nuevos, antes desconocidos, este carácter enigmático se hace más diáfano y fácil de resolver. Nuestro pasado, lo que fue, ya no resulta tan sencillo y unívoco como nos lo intentan sugerir post factum los antisoviéticos osados y que ven claro de repente. En la época soviética Lifschitz no se lamentó mucho por la atención y aceptación tanto en círculos oficiales como en círculos intelectuales. El artículo “¿Por qué no soy un modernista?”[1] tampoco gustó mucho ni al redactor principal de “Literaturnaya Gazieta”, A. Chakovski, ni a los autores cercanos al periódico y, con todo, fue publicado. Al parecer, no solo por las cualidades del lenguaje y estilo literario que por alguna razón (¿no se comprende cual?) embruja y despierta el interés del lector. En esa época, lo dicho en este sobre la crisis del arte contemporáneo me pareció preciso y veraz (verdadero). No hace mucho “Literaturnaya Gazieta” (N° 19-20) publicó las opiniones y juicios competentes sobre la condición y situación en la creación plástica nacional de la académica, (de la Academia Rusa de Bellas Artes), profesora Tatiana Nazarenko. Recordemos que no hace mucho tuvo lugar la exposición de logros del salón en la CCA[2] que marcó la condición deplorable y, lo principal, el despropósito de todo lo que transcurre en esta condición y situación. Como lo preveía Mijaíl Lifschitz, hace medio siglo atrás, se dio y se fortalece la sustitución de la creación sacra del artista de género pasado por los “bodrios” y “escombros”, ya descrita por el filósofo en el artículo “Fenomenología de la lata conserva” (1966)[3]. El palidecer y languidecer de la tradición de la plástica, la capacidad de dibujar que es reemplazada por las “nuevas tecnologías” y el trato con el arte figurativo se transforma en show, semejante al que ya tuvo lugar no hace mucho en el tablado. La tendencia al “pequeñoaburguesamiento” del arte surgió mucho tiempo atrás, antes de Lifschitz y el modernismo por él criticado, esto ya lo notaron perspicaces enciclopedistas occidentales y rusos del siglo XIX. Lo hizo Alexander Herzen, en particular, en el espíritu de no aceptar al arte degradado “al rol de embellecimiento exterior, de tapiz, de adorno, en el rol de organillo: se mete, el organillero pasa, querrá hacerse escuchar, le dan un centavo y quedamos en paz”. Ya que para el mezquino la belleza de la naturaleza y el arte no son más que un complemento para la prosperidad: en la pintura él ve el coloreado de la fotografía, en la novela y drama la distracción de los problemas vitales y medio de distraer ligeramente los nervios. No le agrada el arte “tendencioso” que le obliga a pensar sobre el sentido de lo existente, a reflexionar sobre lo universal y lo personal, a enseñar sin insinuaciones a tomar decisiones, tomar para sí una parte de la responsabilidad solidaria. El arte que complace los gustos del público pequeño burgués, el pancista satisfecho consigo mismo, se denomina hoy “actual” o “glamuroso”, pero su esencia sigue siendo la de antes, profetizada y dada justamente por el modernismo. Es decir, determinada filosofía y psicología que define y forma la relación del arte con la realidad real, y en el plano estrictamente cognoscitivo, con la veracidad y la verdad. Y aquí no podemos rehuir un tema, Lifschitz y el marxismo. Los oponentes del filósofo, incluso gente que simpatizaba con él, lo tenían y lo caracterizaban como el “último marxista” (N. Dimitrieva, B. Sarnov), “marxista fósil” (A. Solzhenitzin)[4], incluyéndonos a nosotros , los partícipes del club “Palabra libre” en ligazón con el centenario del filósofo (mayo, 2005), que lo tildamos de “último soldado del marxismo”. Lo que es completamente justo, aunque también se debe tomar en consideración la actitud diversa de cada uno de estos hacia el propio marxismo. Lifschitz, polemista brillante, maestro de las determinaciones y valoraciones duras, jamás sustituyó la crítica por los improperios y pidió no confundirlo con los que motejan al modernismo (y luego al postmodernismo) de “esquizofrenia estética” engendrada por el “marasmo”, etc. Notemos en particular la siguiente circunstancia de importancia: al criticar al modernismo como corriente, el filósofo rindió homenaje al talento y maestría de muchos modernistas. El modernismo para Lifschitz no era ni de lejos un error o una enfermedad psicopática. Este es un fenómeno del espíritu, consciencia y creación del siglo, un cierto modo y estilo de interrelación del arte con la realidad, en los ojos y comprensión del pensador se liga con el culto a la fuerza, el goce de destruir, el amor por la crueldad, la sed de una vida irreflexiva y la obediencia ciega [5]. El modernismo a diferencia del realismo sustituye la imagen de la realidad por la voluntad artística hipnótica del creador que demuestra su capacidad de torcer la consciencia de la gente en todas las direcciones y obliga al espectador a tragarse todo lo que convenga. A esta estética no la determina el vínculo con el mundo real, sino la fuerza de sugestión e influencia que adquiere el arte en la sociedad de masas y la cultura de masas (la fuerza del “masivo contagio psíquico”). Así que todos los pecados mortales del siglo XX, según Lifschitz, encuentran reflejo y expresión adecuada en la estética y poética del modernismo. He ahí porque al acentuar de forma polémica la situación y problema, él dijo: “Al encarar este tipo de programa doy mi voto por el academicismo más mediocre y epígono, pues este es un mal menor” [6]. Esto último lo utilizó, en la polémica, como un procedimiento puramente demagógico, imputar al marxista frenético que este atenta contra la naturaleza del arte que parece simplemente no sentir ni entender. El ataque se dio bajo el signo y lema de “¡Cuidado con el arte!”. Lifschitz respondió con la contratesis “¡Cuidado con la humanidad!”[7], salió el libro “Crisis de fealdad” (1968) y en el resumen de sus discrepancias sobre el problema del modernismo estuvo el artículo “Liberalismo y democracia”, poniendo todos los puntos sobre las i en la discusión sobre el modernismo. Lifschitz corroboró y proyectó la presencia y altura de su sensibilidad y gusto estético en sus brillantes análisis de la esencia del arte religioso (iconografía) de la Antigua Rusia, los textos de Puschkin y los lienzos de Velázquez, el original tratamiento filosófico del fenómeno de la célebre “Sonrisa de la Gioconda”... El sentimiento de estima por la especificidad del arte se expresó en el reconocimiento de la prioridad de la necesidad creadora interna del artista de representar la vida en toda su poesía, prosa y trivialidad (“como esta es”), real e involuntaria. Según Lifschitz, el arte “no enseña y no juzga”, este simplemente influye en el espíritu, lo despeja de la mentira detestable y la amoralidad. Él comprende por valor artístico no el juego de herramientas y procedimientos de representación válidos en sí y para sí, sino el proceso y resultado de encarnación creativa, la transfiguración de la realidad que encuentra en la obra de arte su forma irrepetible, original. Recuerdo, como, al escuchar por una hora las canciones y baladas del “ronco” Visotzkij (en mi casa, en un magnetofóno), sin disimular la emoción, Mijaíl Alexandrovich dijo una frase-pensamiento que recuerdo: “Esto es muy objetivo y por ello es de un valor artístico supremo”. Curiosamente, mientras menos el artista ve, hace y protesta por su persona (miren cuanto sé, que talentoso soy, como dibujo, canto o danzo, bueno, simplemente soy un “genio”) más poderoso, penetrante y convincente es el influjo de su obra en el espectador, lector y oyente. El filósofo marxista más que nada se afligía de que el arte contemporáneo no sea tan siquiera capaz (!) de servir de suplemento a la cultura general o de medio pedagógico para diseminar ideas benéficas y para el ascenso de la consciencia de las masas populares. ¿Quién disputaría esta constatación? Mijaíl Alexandrovich Lifschitz no solo fue un hombre de pensamiento creador, inquieto y temerario, sino también un hombre de ideas en el sentido más directo y profundo de esta palabra. Se lo excluyó del partido (luego, es verdad, fue reintegrado), retirado por años de la actividad social activa, a propósito, antes y después de la lucha contra el “cosmopolitismo sin linaje”, impedido o “dejando pasar” a regañadientes, a chirridos sus obras y panfletos en la prensa. Él ahora tampoco está en la estima ni en el favor. Y todo porque él era un marxista, pero no de carnet, no de citas formales, como se debía “en el poder”, sino en el espíritu y pensamiento auténtico, fiel del propio Marx. Es extraño, pero es un hecho: así lo percibió cierto lector Víktor Trofimovich (sin apellido) en una carta proveniente de Merefa, enviada a Lifschitz en la víspera de su 70 aniversario... Tal reconocimiento en vida vale la pena. Por la vida vivida notó que la gente verdaderamente de ideas, como la gente de alta moral, es decir, entregada a sus principios y convicciones, que viven en concordancia con estos en presencia del todo el mundo, y a solas consigo mismos, tales personas no son tantas como nos parece en la vida cotidiana. En una de las cartas a un antiguo alumno, al notar la inclinación a adoptar la pose de la “consciencia honesta y noble”[8] al tiempo de permitirse cuando sea provechoso, y se desee, sucumbir a la seducción de la vileza y ruindad, él contó una vieja anécdota: “El judío converso estaba acostado en la playa. Alguien apareció junto a él y dijo: 'Una de dos, o te desprendes de la cruz o te pones los calzoncillos' ”[9]. Esto significa que al elegir y tomar decisiones no se debe obrar con astucia, y ser como mínimo probo y sincero. Cosa que, juzgando por las observaciones y hechos de muchos años, claramente no lo capta la élite intelectual actual. Al contrario, ésta de buena gana, y sin incomodidad aparente, simplemente olvida en algún momento los “diez mandamientos” absolutos y el imperativo categórico de Kant. Y hace, con plena consciencia, eso que desde los tiempos más remotos, de manera censurable, no debió haber hecho: digamos, en lugar de despedirse con la dignidad y honradez pasada, prefiere vituperar y maldecir en vano. Y por eso sería interesante conocer cómo se hubiera conducido Lifschitz de haber vivido hasta la Perestroika y los eventos catastróficos que le siguieron. Propuse esta pregunta al abrir la discusión del club en relación con su aniversario. Recuerdo al pie de la letras las palabras por él dichas en la víspera de su muerte: “Entré en la vida consciente bajo el signo del gran viraje de la época de Octubre”, cuya esencia el develó de modo inequívoco en su artículo “Importancia moral de la Revolución de Octubre” publicado, por ironía del destino, en la primavera de 1985 en la revista “Kommunist”. ¿Qué diría Lifschitz al conocer sobre la disgregación de la URSS, principal conquista y creación de esta revolución? Creó que él sin duda alguna nombraría los motivos y causas verdaderos y no lo cómodo y ventajoso para alguien. En verdad, él escribió de modo totalmente sincero en la carta personal a su alumno: “Si nuestras ideas comunistas triunfan, tras muchas pruebas, nada más me falta”[10]. ¿Y cómo hubiese reaccionado a la experiencia de veinte años de “construcción victoriosa del capitalismo” en la Rusia postsoviética, algo que hoy no intenta de modo serio y fundamentado ni un solo intelectual que goce de buena salud? ¡¿ En verdad no me imagino como viviría y trabajaría en esta situación el propio Lifschitz con su carácter, temperamento y manera de llamar a las cosas por su nombre?! Ser un hombre de ideas (no parecerlo, no tener fama de, sino precisamente ser) es fabulosa, extraordinariamente difícil y ajetreado. Como dicen en una ciudad del sur, muy cara. Mijaíl Alexandrovich sabía y comprendía esto e incluso le perdonó a alguien la pusilanimidad cotidiana, pero, excúseme, no podía soportar abiertamente y en público toda la vida a convenencieros e hipócritas de todas las épocas y colores. Lo único que no le gustaba, al parecer, eran las mataperradas del tratamiento indecoroso para con el marxismo de viejos y nuevos (“los jóvenes marxistas”[11]), sintiendo en la piel la inevitable transformación futura de estos en “antimarxistas”. Él mismo se avitualló del estatus de “probidad académica acostumbrada” (según su propia definición) y jamás envidio a esos que en provecho de la carrera sacrificaron su potencial moral y dotes de talento. Mejor una carrera académica modesta que la politiquería más circunspecta; he ahí eso que él dirigió en calidad de reproche a todos los amantes de frotarse y gallardear cerca del poder. Vaticinó que estos no brillan, “salvo, puede ser, por las dachas, autos y ancianidad prematura (esto último ya no es un “puede ser”, sino que es totalmente exacto)” [...] 1 Publicado originalmente en la revista “Estetika” (Praga, N°4, pp. 331-337) en 1964, vería la luz en la Unión Soviética el 8 de octubre de 1966 en el periódico “Literaturnaya Gazieta”. El artículo “¿Por qué no soy un modernista?” forma parte de la compilación “El Arte y la Ideología” (Edithor, Quito, 2018). (N. del ed.) 2 Casa Central del Artista, también conocida como “Nuevo Tretiákov”. (N. del ed.) 3 Ver: “El arte y la ideología”, Edithor, Quito, 2018, pp. 62-100. (N. del ed.) 4 Ver: Solzhenitzin, A: “El roble y el ternero”, 1975. (N. del ed.) 5 Lifschitz, Mij: ¿Por qué no soy un modernista? en “El arte y la ideología”, 1” ed., Edithor, Quito, 2018, p. 141. (N. del ed.) 6 Lifschitz, Mij: ¿Por qué no soy un modernista? en “El arte y la ideología”, Op. Cit., p. 152. 7 Ver: “El arte y la ideología”, Op. cit., pp. 159-185. (N. del ed.) 8 Lifschitz tomó este concepto de la crítica a la novela de Eugène Sue, “Les Mystères de Paris” que Marx y Engels realizaron en “La Sagrada Familia” (1844). (N. del ed.) 9 Carta de Mij. Lifschitz a Gueorgui Fridlender, 22 de septiembre de 1960. (N. del ed.) 10 Op. cit. (N. del ed.) 11 Jóvenes marxistas: apodo dado por Mij. Lifschitz a intelectuales como Valentín Neponmiaschi, Yuri Davidov y otros con los que mantuvo una fuerte polémica a finales de los años 50 e inicios de los años 60. Los “jóvenes marxistas” defendían la mixtura del marxismo con el existencialismo y la “teoría crítica” de Frankfurt; para finales de los años 1960 todos habían evolucionado a posiciones francamente antimarxistas. (N. del ed.)
1 Comentario
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9/21/2022 11:37:27 pm
Buenos días señor / señora,
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