Por: Víctor Antonio Carrión Arias
Resumen: En las últimas dos décadas la obra del filósofo Evald Iliénkov ha suscitado gran interés en el mundo académico, sin embargo, este interés subestima o ignora la influencia que las ideas de Vladimir Ilich Lenin ejercieron sobre Iliénkov en virtud del ambiente intelectual imperante tras el final de la Guerra Fría. En el presente artículo se examina la influencia leninista que penetra todas las posiciones filosóficas de Evald Iliénkov como exponente de la dialéctica materialista. Lenin y Evald Iliénkov en la época de la contrarrevolución mundial Nuestros tiempos son indudablemente hostiles a la figura de Vladimir Ilich Lenin, son comunes todo tipo de juicios negativos contra el revolucionario ruso. Invectivas que provienen no solo de quienes militan en alguna tendencia del anticomunismo, sino de “amigos” e ilustres académicos que se dicen marxistas. Podemos dar algunos ejemplos, Diego Guerrero afirma con gran desdén que la teoría de Lenin sobre el imperialismo y los monopolios es de lo más vulgar (GUERRERO, 2011, p. 11). Para Vadim Mezhuev el pensamiento de Lenin es una teoría que hace pasar por marxismo la tradicional apología rusa del “despotismo de Estado”(MEZHUEV, 2007, p. 27). David Bakhurst asevera que Lenin no puede ser tomado en serio como filósofo y su libro “Materialismo y empiriocriticismo”, con su “realismo simplón”, lanzó un “hechizo” que resultó nefasto para el pensamiento soviético (BAKHURST, 2018). Nos encontramos aquí con la subordinación intencional o inconsciente al torrente de los acontecimientos y a las normas de conducta impuestas por el bando triunfador de la Guerra Fría. Michael Parenti señaló que el marco ideológico anticomunista, ampliamente propagandizado en los últimos 100 años, se caracteriza por asemejarse más “una ortodoxia religiosa que a un análisis político” y por la capacidad de “transformar cualquier dato existente sobre las sociedades comunistas en evidencia hostil” (PARENTI, 2001, p. 41). Y este es un marco ideológico que afecta a personas de todo el espectro político incluyendo a izquierdistas que “se sienten obligados a establecer su credibilidad al complacer [al establishment] con una genuflexión anticomunista y antisoviética” (PARENTI, 2001, p. 43). Naturalmente, el interés en derredor de la obra del filósofo soviético Evald Vasilíevich Iliénkov (1924 – 1979) [i] no es ajeno a esta atmósfera intelectual. Bakhurst en su libro pionero “Consciousness and Revolution in Soviet Philosophy” describe la valoración que la intelectualidad de Europa Occidental, Estados Unidos y Canadá tenía del pensamiento soviético en 1991: ... la opinión prevaleciente en Occidente es que los filósofos en la Unión Soviética no produjeron nada de sustancia intelectual (BAKHURST, 1991, p. 1). La contrarrevolución triunfó, desapareció la Unión Soviética y el campo socialista, los años pasaron, sin embargo, el criterio de la academia occidental no se modificó. El 7-8 de septiembre de 1999 se realizó un simposio dedicado a la obra de Evald Iliénkov en la Universidad de Helsinki y en una de las intervenciones la cultura filosófica soviética fue calificada como “un sistema dogmático realizando, primero y ante todo, una función ideológica”, una cultural anormal “en el sentido de no corresponderse con la naturaleza del pensamiento filosófico”, de gran “pobreza intelectual” y que limitó todo desarrollo (VAN DER ZWEERDE, 2000). En otras palabras, los intelectuales occidentales miran al período soviético como una nueva era oscura, de poco o ningún valor en el campo de la ciencia o la cultura, un tiempo de barbarie. Por supuesto, existen matices. Unos ven al mundo soviético como algo uniformemente gris y mediocre, otros señalan que existieron figuras solitarias brillantes o breves períodos en que se dio algo de espacio al pensamiento independiente [ii]. Este modo de concebir la vida filosófica soviética sigue en rasgos generales la matriz creada por Józef Bochénski, eminente ideólogo de la Guerra Fría, quien escribió que los pocos que pretendían desarrollar una actitud filosófica en la URSS eran “barbara y sistemáticamente atacados y liquidados”, quedando en su lugar los mediocres que “no proponen ideas originales”, “no buscan la verdad, sino que se esfuerzan en difundir propaganda” siendo que la filosofía soviética está “simple y llanamente desprovista de todo sentido” (BOCHÉNSKI, 1963, pp. 112, 121–122). La vida y obra de Evald Iliénkov también se asimila en el marco de estas pautas de interpretación. Como lo vemos en el siguiente ejemplo: [Iliénkov] perteneció a la generación de los 60 o, más precisamente a los llamados schestidesiatniki, cuyos ideales y fines tomaron forma en el período de 'deshielo' del reinado de Jruschov, que comenzó tras el 20mo. Congreso del Partido Comunista Soviético en 1956. Los intelectuales schestidesiatnik aún creían que era posible reformar el sistema socialista, y en consecuencia la decepción fue grande cuando se volvió claro que el desarrollo de la sociedad soviética en los tiempos de Brezhnev no progresó hacia un socialismo más humano y cultural, sino que en vez de eso retrocedió hacia el estancamiento y finalmente entró en un callejón sin salida (OITTINEN, 2000, p. 17). La justificación de la importancia del pensamiento de Iliénkov se encuentra en su ligazón con el “deshielo” y su pertenencia a los sesenteros (schestidesiatniki). Cosa por demás sorprendente, ya que los sesenteros son la generación considerada como el “material humano de la contrarrevolución” (JARLAMENKO; JARLAMENKO, [s.d.]), por cuanto de sus filas salieron socialdemócratas, fanáticos liberales y restauradores del zarismo que en su conjunto son responsables por la “labor de deslegitimización del régimen soviético”, creadores y ejecutores del “proyecto antisoviético” en los años 80 y 90 (KARA-MURZA, 2009, 2014; SCHUBIN, [s.d.]). ¿Cómo es posible que un filósofo que a lo largo de su vida defendió el marxismo-leninismo y la causa comunista sea incluido en la corriente intelectual del anticomunismo soviético? El creador (o al menos uno de sus impulsores más destacados) del mito del Iliénkov sesentero es Vadim Mezhuev. En 1997, Mezhuev se atrevía únicamente a hablar del filósofo como líder del “deshielo” filosófico (MEZHUEV, 1997). Veinte años después ese pudor desaparece y en el famoso documental dirigido por Alexander Rozhkov(2017) observamos el retrato de Evald Iliénkov como el último en creer de verdad en los ideales de la revolución de octubre, una persona de grandes dotes intelectuales pero que por su incapacidad para ir más allá del marxismo “permaneció fiel al sistema y de ese modo quedó preso en una ilusión” (MEZHUEV, 1997; OITTINEN, 2000). El discípulo de Iliénkov, Lev Naumenko, se lamentó al respecto: “Jamás fue un disidente y jamás se sintió uno, porque no comprendió... Si este país estaba con la verdad y tu rompías con la Unión Soviética, con la patria, entonces es que ibas a comer y rogar ante otro país... ¡Ante los estadounidenses! No ante la verdad absoluta, sino ante la verdad de ellos. ¡Y eso era todo! No había tercera opción” (ROZHKOV, 2017). De tal forma, la tragedia de Iliénkov como marxista es que no dejó de ser marxista, “no comprendió”, no vio la “tercera opción” abierta por los sesenteros. Evald Iliénkov se negó en vida a unirse a ellos, pero en la muerte se opera la magia de su asimilación, cosa que obviamente violenta los hechos históricos. En la mitología de la epopeya contrarrevolucionaria, de quienes lucharon para destruir a la URSS, Mezhuev y otros pintan un hermoso retrato de una generación idealista y desinteresada que buscaba un “socialismo de rostro humano” y solo renegó de la revolución tras la decepción ante la intervención militar en Checoslovaquia de 1968. Sin embargo, como lo anotan Serguéi Kara-Murza, Vladimir Saprikyn y otros comentaristas contemporáneos los sesenteros nunca fueron marginales perseguidos, al contrario ocuparon cómodas posiciones en la cultura, la ciencia y el Estado en el período soviético y tras el triunfo de la contrarrevolución gozaron de prebendas aún mayores (KARA-MURZA, 2014; SAPRIKYN, 2007). La orientación política de los sesenteros era muy diferente a como la representa el mito. A mediados de los 60, mucho antes de los sucesos de 1968, el filósofo sesentero Merab Mamardaschvili le escribió a su amigo, el francés Pierre Bellefroid: “por definición el socialismo como sistema es antidemocrático”, “[t]odo despertar del pensamiento es antisocialista y anticomunista. El lenguaje totalitario y la sociedad totalitaria crean un idioma que excluye el despertar” (BELLEFROID, 2008). En tanto, el venerable padre espiritual de la Perestroika, Grigory Pomerantz, aseveró en 1967, “el pueblo es bueno, mientras está inmóvil, sin meterse en la historia... El pueblo inquieto, que se amotina, pierde su alma, se convierte en masa, arcilla en las manos de demonios” y por ello advertía a los intelectuales no dejarse seducir por el sentimiento de unidad con los millones de proletarios y campesinos, el intelectual debe ser como la estrella que ilumina en el cielo, totalmente alejada de las masas y sin raíz popular alguna (POMERANTZ, 1972). No es de extrañar que ya en 1967 el destacado pensador marxista-leninista Mijaíl Lifschitz tachó a las ideas de Pomerantz como el intento de resucitar la “fruslería kadete” en el espíritu de “Veji” [iii], acusando la reaparición de las viejas tendencias del pensamiento burgués prerrevolucionario bajo nuevas formas (LIFSCHITZ, 2018, p. 211). Y Evald Iliénkov valoró del siguiente modo la situación en el mundo intelectual de la URSS de mediados de la década de 1960, en su carta al CC del PCUS “Sobre la situación de la filosofía”: ... a medida que cae el ascendiente de la dialéctica materialista crece la influencia de otras escuelas y concepciones más abigarradas y numerosas. En las ciencias naturales está el neopositivismo, esto es la “lógica” (lógica matemática) depurada de todo aspecto cosmovisivo filosófico, interpretada de manera puramente instrumental. A medida que los naturalistas pese a todo realizan redadas en el área de los problemas sociales humanistas estos operan con mucha frecuencia con términos de la cibernética... En las ciencias humanas muy a menudo encontramos lo otro, la construcción existencialista antropológica. En parte se puede comprender como una reacción dada a la agresión matemático-cibernética, como un intento de mantener la 'irreductibilidad' del ser humano y de todos los conceptos vinculados con este frente a la 'descripción' científico natural, matemática. Lamentablemente, esta tendencia se desborda en la oposición general al 'racionalismo'... combinado con las simpatías por Soloviov y Berdiaev llegando hasta el cristianismo más abiertamente baboso... (ILIÉNKOV, [s.d.]). En los recuentos académicos se resaltan estas críticas implacables al neopositivismo en tanto se silencian sus mordaces observaciones de la “construcción existencialista antropológica” y las “simpatías por Soloviov y Berdiaev” que llegan al cristianismo baboso. E incluso se dice que Iliénkov al hablar de positivismo se refiere no a Carnap o Popper, sino al “grosero reduccionismo materialista”, el “neopositivismo del diamat” (LEVANT, 2014b), en una versión de la vida y obra de Evald Iliénkov enmarcada en el credo formulado por Bochénski y la mitología creada por la intelectualidad contrarrevolucionaria de la Rusia postsoviética. Interpretación del pensamiento de Iliénkov que se centra únicamente en sus choques con el marxismo dogmático de la época y no ve su enfrentamiento con la intelectualidad anticomunista, pues implícito en ese retrato (hombre del “deshielo” o sesentero) está la reducción de toda la historia de la filosofía en la URSS a una contraposición entre pensamiento independiente y pensamiento oficial, entre librepensadores y dogmáticos, una concepción histórica liberal burguesa completamente ajena a la dialéctica materialista. Por ello el problema de la relación entre las ideas de Iliénkov y Lenin es campo minado para los académicos occidentales. Estos usualmente reducen la cuestión a la reseña del trabajo póstumo del filósofo soviético, “La dialéctica leninista y la metafísica del positivismo” (consagrada al análisis de “Materialismo y empiriocriticismo”). David Bakhurst deplora que “incluso los marxistas soviéticos críticos encontrasen difícil descartarlo [a Materialismo y empiriocriticismo], prefiriendo si podían encontrar alguna interpretación amigable de su significado” (BAKHURST, 2018), en tanto Vesa Oittinen condena a Iliénkov por imitar el tono polémico y agresivo de la obra de Lenin (OITTINEN, 2017) [iv]. Iliénkov un filósofo leninista El objeto de la filosofía._ Evald Iliénkov y su amigo Valentín Korovikov, en las famosas tesis de 1955 que los confrontaron con la dirección de la Facultad de Filosofía de la Universidad Estatal de Moscú y provocaron su salida de esta casa de estudios, definen el objeto de la filosofía como ciencia: En su pureza y carácter abstracto las leyes de la dialéctica como categorías lógicas, como leyes del pensamiento dialéctico solo pueden ser investigadas y extraídas por la filosofía. Solo al hacer del pensamiento teórico, del proceso del conocimiento, su objeto la filosofía incluye en sí además la consideración de las características más generales del ser, y no al contrario, como se lo pinta a menudo. La filosofía es la ciencia sobre el pensamiento científico, sobre sus leyes y formas, siendo de notar que, por supuesto, la ciencia materialista considera las formas y leyes del pensamiento como analogía que se corresponde a las formas universales objetivas del desarrollo de la realidad objetiva (ILIÉNKOV; KOROVIKOV, 2019). La filosofía materialista dialéctica es la ciencia sobre el pensamiento científico y es además la “única cosmovisión científica”, pero esto no quiere decir que a la filosofía le corresponda responder a la pregunta ¿qué es el universo? “La respuesta a esta pregunta la da solo el conjunto de nuestros conocimientos. La filosofía únicamente formula las condiciones generales bajo cuya observancia es posible alcanzar el conocimiento genuino, positivo del mundo”, y “[j]ustamente tal concepción del rol de la filosofía penetra todo el libro de Lenin, 'Materialismo y empiriocriticismo'” (ILIENKOV; KOROVIKOV, 2016). Al abordar la problemática del objeto de la filosofía, Iliénkov observa que quienes definen a la filosofía como ciencia del mundo en su conjunto, no solo pretenden construir un sistema mundo especulativo, sino que recaen en el error de Mach, Pearson o Bogdánov. No en balde, Lenin sostiene una delimitación clara entre los conceptos físico y filosóficos de 'materia'. Toda la esencia de la argumentación de Lenin se orienta a demostrar que todas las categorías filosóficas, materia, tiempo, causalidad, etc., tienen sentido gnoseológico y solo gnoseológico y que todo intento de atribuir a la filosofía la pretensión de algún conocimiento de esta materia por encima del que da la física lleva primero a la confusión y a fin de cuentas al idealismo. El costo de atribuir a las categorías filosóficas algún otro sentido, aparte del gnoseológico, hace que de inmediato estas categorías cesen de ser categorías filosóficas... En Lenin encontramos de esa manera una delimitación extremadamente clara y determinada de las cuestiones sujetas a resolución filosófica, de las cuestiones que solo puede resolver la investigación positiva...(ILIENKOV; KOROVIKOV, 2016) En verdad, Lenin comprendió que al ensalzar la afirmación “el átomo se desmaterializa, la materia desaparece” los positivistas rusos creían estar en la cresta de la ola sobre los hombros de las ciencias naturales, cuando en realidad eran víctimas de su profunda incultura filosófica. “El materialismo y el idealismo difieren por la solución que aportan al problema de los orígenes de nuestro conocimiento, al problemas de las relaciones entre el conocimiento (y lo 'psíquico' en general) y el mundo físico... 'La materia desaparece': esto quiere decir que desaparecen los límites dentro de los cuales conocíamos la materia hasta ahora, y que nuestro conocimiento se profundiza; desaparecen propiedades de la materia que anteriormente nos parecían absolutas, inmutables, primarias (impenetrabilidad, inercia, masa, etc.) y que hoy se revelan como relativas, inherentes solamente a ciertos estados de la materia. Por que la única 'propiedad' de la materia con cuya admisión está ligado el materialismo filosófico, es la propiedad de ser una realidad objetiva, de existir fuera de nuestra consciencia.”(LENIN, 1967, p. 207) Iliénkov valoró de gran manera este pensamiento leninista tanto en sus tesis juveniles como en sus obras de madurez, si en 1955 advertía a quienes veían en la filosofía “la ciencia del mundo como un todo” que suplantaban el pensamiento filosófico por la generalización superficial de las ciencias naturales, en 1979 advirtió de la desviación proveniente de la “incompetencia filosófica de muchos representantes de las ciencias naturales contemporáneas” por su desconocimiento de la dialéctica materialista que lleva “a la degeneración del materialismo espontáneo de los naturalistas – su posición gnoseológica 'natural' – en las más vulgares y reaccionarias variedades del idealismo y del clericalismo” (ILIÉNKOV, 2014, pp. 160–161). A primera vista parece incompatible el que la filosofía nos dé las “leyes más generales del ser” y a la vez sea “la ciencia sobre el pensamiento científico”, pero esto solo puede surgir en una cabeza imbuida por esa pareja de baile siempre presente en la consciencia burguesa: el prejuicio neopositivista que reduce el pensamiento a las formas (verbales, matemáticas, etc.) y la concepción de la esencia como algo místico más allá de lo sensible (vieja herencia religiosa). Por ello Iliénkov aclara: La cosa trata de que las leyes del pensamiento son IDÉNTICAS a las leyes de la naturaleza por su propia esencia, por la naturaleza del propio pensamiento, por la naturaleza del propio conocimiento pensante, teórico. Idénticos en la esencia, y distintos por la forma. Y la única diferencia de estos por la forma consiste en que en el pensamiento estos se aplican CONSCIENTEMENTE, y en la naturaleza, y en la mayor parte también en la historia, se cristalizan en la realidad independientemente de cualquier consciencia, con el semblante de ciega necesidad. (ILIENKOV; KOROVIKOV, 2016) Aquí Iliénkov parte de la teoría leninista del reflejo, en toda su riqueza y profundidad. “La materia es una categoría filosófica que sirve para designar la realidad objetiva, escribe Lenin, que es dada al hombre en sus sensaciones, que es copiada, fotografiada, reflejada por nuestras sensaciones, que existe independientemente de ellas”, reflejo que se da en un proceso, “son históricamente condicionales, continúa Lenin algunas páginas más adelante, los límites de la aproximación de nuestros conocimientos a la verdad objetiva, absoluta, pero es incondicional la existencia de esta verdad, es una cosa incondicional que nos aproximamos a ella.” ¿Acaso Lenin cae, como tantas veces se le ha achacado en un punto de vista metafísico y contemplativo? En ningún caso, “la materia en movimiento y desarrollo perpetuos, que es reflejada por la consciencia humana en desarrollo... No se trata, en modo alguno, de la esencia inmutable de las cosas, ni se trata de la consciencia inmutable, sino de la correspondencia entre la consciencia que refleja la naturaleza y la naturaleza reflejada por la consciencia.” (LENIN, 1967) Son justamente estas palabras las que Iliénkov tiene en mente al señalar la identidad de las leyes del pensamiento y las leyes de la naturaleza, tesis que parte del principio gnoseológico materialista tal y como lo expone Lenin: Esto es el MATERIALISMO en lógica, que todas las leyes y formas del pensamiento sin excepción no son otra cosa más que leyes universales de la objetividad, asimiladas por el sujeto y que llegan a ser leyes y formas también del mundo subjetivo, formas de la actividad del sujeto del conocimiento teórico. (ILIENKOV; KOROVIKOV, 2016) De tal forma, la filosofía como ciencia que estudia las leyes del pensamiento científico coincide y nos da las leyes más universales del ser, de la historia y de la naturaleza, que son formas necesarias de la subjetividad y de la actividad humana justamente debido a la materialidad, objetividad del mundo. “La lógica como teoría filosófica del conocimiento es definida por Lenin, siguiendo a Marx y Engels, como la ciencia de aquellas regularidades universales (necesaria e independientemente tanto de la voluntad del hombre como de su consciencia), a las cuales se subordina objetivamente el desarrollo de todo el conocimiento conjunto de la humanidad. Estas regularidades son entendidas como las leyes objetivas del desarrollo del mundo material, tanto del mundo natural como del mundo sociohistórico, de la realidad objetiva en general, y son reflejadas en la consciencia de la humanidad y verificadas por miles de años de práctica humana.” (ILIÉNKOV, 2014, p. 82) Tesis leninista que Iliénkov toma de los “Cuadernos Filosóficos”: la filosofía es la ciencia del pensamiento, de lo universal, “del desarrollo de todo el contenido concreto del mundo y de su cognición, o sea, la suma total, la conclusión de la historia del conocimiento del mundo.” Esta historia es obviamente el conjunto de la práctica humana, de su interacción con la naturaleza y consigo misma, “la práctica del hombre, que se repite mil millones de veces, se consolida en la consciencia del hombre por medio de figuras de la lógica. Precisamente (y sólo) debido a esta repetición de mil millones de veces, estas figuras tienen la estabilidad de un prejuicio, un carácter axiomático.” (LENIN, 1974) Lenin: el análisis concreto como corazón de la dialéctica._ en Iliénkov el abordaje teórico marxista supone la reproducción de la totalidad (objeto de estudio) en su carácter concreto, esto es “la caracterización del objeto como un todo único, coherente en todas sus múltiples manifestaciones, como 'sistema orgánico' de fenómenos interdependientes los unos de los otros en antítesis a la noción metafísica acerca de estos, como un agregado mecánico de inalterables partes integrantes, vinculadas entre sí solo de manera externa, más o menos fortuita”(ILIÉNKOV, 2016). Esto en plena concordancia con los criterios de Marx, Engels y Lenin, tal y como lo constatamos en la obra temprana de este último “Quiénes son los 'amigos del pueblo'...”, ya que para el joven Lenin el gran mérito de “El Capital” de Marx está en que “mostró al lector toda la formación social capitalista como organismo vivo... Marx puso fin a la concepción que se tenía de que la sociedad es un conglomerado mecánico de individuos...” (LENIN, 1981a), siendo esta no una cuestión secundaria, sino el rasgo esencial del método dialéctico materialista: Marx y Engels llamaban método dialéctico – por oposición al metafísico –, sencillamente al método científico en sociología, consistente en que la sociedad es considerada un organismo vivo en constante desarrollo (y no algo mecánicamente cohesionado y que, por lo mismo, permite toda clase de combinaciones arbitrarias de elementos aislados), para cuyo estudio es necesario hacer un análisis objetivo de las relaciones de producción, que constituyen una formación social determinada, e investigar las leyes de su funcionamiento y desarrollo (LENIN, 1981a). Para Lenin comprender algo según el método dialéctico es comprenderlo en su carácter concreto, en contraposición al modo metafísico que solo acumula nociones abstractas. Muy ilustrativa al respecto es la crítica de Lenin a Sismondi y al romanticismo económico en general por la forma en como este toma la pequeña producción para elevarla a organización social y oponerla al capitalismo, “tal oposición, escribe Lenin, no encierra en sí otra cosa que una comprensión extremadamente superficial... es aislar de manera artificiosa y equivocada una forma de economía mercantil (el gran capital industrial) y condenarla, idealizando utópicamente otra forma de la misma economía mercantil (la pequeña producción). En esto mismo está el mal de los románticos europeos de comienzos del siglo XIX, así como de los románticos rusos de fines del siglo XIX: en que se inventan cierta pequeña producción abstracta, situada al margen de las relaciones sociales de producción...” (LENIN, 1981b). Según Lenin pensar abstractamente equivale a aislar un hecho, cortarlo de sus lazos vivos, y ligarlo de modo arbitrario con hechos y cosas que no tienen relación entre sí, a diferencia de la comprensión concreta, el concepto: El concepto de un fenómeno en general está presente solo allí, en donde este fenómeno es entendido no de forma abstracta (esto es, no se tiene consciencia de él simplemente como un fenómeno que se vuelve a repetir una y otra vez), sino de modo concreto, es decir, desde el punto de vista de su lugar y rol en un sistema definido de fenómenos en interacción, en un sistema que constituye un cierto todo coherente. Un concepto existe allí, donde se toma consciencia de lo individual y lo particular no simplemente como lo individual y lo particular (aunque estos se repitan una y otra vez) sino por medio de sus vínculos mutuos, por medio de lo universal, entendido como expresión del principio de estos vínculos (ILIÉNKOV, 2016). Por eso Iliénkov considera que Lenin siempre “defendió categóricamente los criterios desarrollados por Marx y Engels”, no solo en sus escritos filosóficos, sino en todas las ocasiones en que lidió con problemas sociales, económicos y políticos. “En este sentido, asevera Iliénkov, lo 'abstracto' siempre fue para Lenin sinónimo de frases alejadas de la vida, sinónimo de la creación formal de palabras, de determinaciones hueras y falaces que en realidad no se corresponden con ningún hecho definido. Y a la inversa, Lenin siempre insistió en la tesis del carácter concreto de la verdad, del carácter concreto de los conceptos en los que se expresa la realidad, en la ligazón indisoluble de la palabra con el hecho, pues, además, solo esta ligazón garantiza una verdadera síntesis racional de lo abstracto con lo concreto, de lo universal con lo singular y lo individual” (ILIÉNKOV, 2016). En “El problema agrario y los 'críticos de Marx'”, Lenin hace gala justamente de esta concepción dialéctica de lo abstracto y lo concreto destacada por Iliénkov. En un pasaje dedicado a las falencias de la teoría del desarrollo agrario de Bulgákov (marxista legal transformado en liberal kadete) y sus ataques al marxismo basados en la “ley de la fertilidad decreciente del suelo” según la cual en tiempos primitivos era más fácil obtener productos del suelo y ahora es muy trabajoso y difícil en virtud de una tendencia ineluctable, Lenin señala con justeza que esta argumentación considera la productividad agrícola como algo puramente dependiente de la naturaleza, y es por lo tanto “la más vacía de las abstracciones, que olvida lo principal: el grado de desarrollo técnico, el nivel de las fuerzas productivas”, añadiendo unas líneas más adelante: Por eso, la 'ley de la fertilidad decreciente del suelo' no rige en ningún caso cuando la técnica progresa y cuando los métodos de producción se transforman; solo rige, y de manera muy relativa y restringida, cuando la técnica permanece invariable. He ahí por qué Marx y los marxistas no hablan de esta 'ley', en tanto que sólo la proclaman a gritos los representantes de la ciencia burguesa, como Brentano, incapaces de librarse de los prejuicios de la vieja economía política, con sus leyes abstractas, eternas y naturales (LENIN, 1981c). El razonamiento a lo Bulgákov olvida que “[n]o aumentó la dificultad para producir alimentos, sino la dificultad del obrero para obtenerlos...” y “[e]xplicar la creciente dificultad que enfrenta el obrero para poder vivir con el argumento de que la naturaleza disminuye sus dones significa convertirse en apologista de la burguesía” (LENIN, 1981c). Lenin expone como Bulgákov al renegar del marxismo cayó en los tópicos de la economía burguesa vulgar que aísla los hechos, los liga de modo arbitrario y los generaliza para confeccionar “leyes abstractas, eternas y naturales”. Estas leyes son abstractas porque no se corresponden con un hecho definido, desgajan aspectos de la realidad y los convierten en un absoluto extirpándolos de los vínculos vivos en que realmente existen creando una imagen muerta, estática, no histórica. Quienes desean hacer pasar fenómenos de carácter histórico social como si fuesen leyes eternas de la naturaleza son profetas de la reacción y enarbolan un punto de vista abstracto, y en relación a esto Evald Iliénkov siempre consideró muy importante señalar la diferencia entre el conocimiento auténtico (concreto) y su sucedáneo, “el sistema de frases sobre el objeto, estudiado sin relacionarse con este último o vinculado a este de una forma ilusoria, precaria y que fácilmente se le desgarra” (ILIÉNKOV, 2017), ya que para el filósofo soviético los peores enemigos de la dialéctica, de la ciencia y de la educación comunista eran precisamente todos aquellos que reemplazaban voluntaria o involuntariamente la verdad objetiva por el lenguaje, suplantando el objeto por el conjunto de signos o, peor aún, por las frases. En este punto, Iliénkov se nutre de la contraposición entre dialéctica auténtica y conjunto de frases que se pretende hacer pasar por dialéctica, retomando el centro de la polémica de Lenin contra los “comunistas de izquierda”, ya que estos últimos encubrían la inexactitud pueril con una apariencia científica, con frases y lemas revolucionarios que se enarbolaban sin tomar en cuenta la correlación de fuerzas, por ello, la crítica leninista ve en el izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo no solo un error político, sino también un marxismo puramente verbal y abstracto (LENIN, 1986). *** La obra de Evald Iliénkov suscitó gran interés en las dos últimas décadas aunque el marxismo académico suele ignorar o subestimar la importancia de la influencia de Lenin en el pensamiento de Iliénkov. Esto en concordancia con el ambiente hostil para con el líder bolchevique que impera desde el final de la Guerra Fría. Sin embargo, tal posición va a contrapelo de la médula del pensamiento de Iliénkov, pues toda consideración seria de su legado filosófico descubrirá en él a un leninista consecuente, siempre y cuando recordemos la recomendación del propio Lenin. La verdadera dialéctica no justifica los errores personales, sino que estudia los virajes inevitables, demostrando su inevitabilidad con el estudio más detallado del desarrollo en todos los aspectos concretos. El principio fundamental de la dialéctica es: no hay verdad abstracta, la verdad es siempre concreta... (LENIN, 1982) Notas: i Combatiente en la Segunda Guerra Mundial. Estudió filosofía en la Universidad Estatal de Moscú de la que se graduó en 1953. Fue militante del Partido Comunista desde 1950. Trabajó en el Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la URSS, dejando tras de sí un amplío legado que abarca la filosofía, economía, psicología, pedagogía y crítica estética (TOLSTIJ, 2009, pp. 424–425). ii Un interesante ejemplo de esto lo encontramos en un artículo de Alex Levant que intenta construir una genealogía que liga al llamado “marxismo creativo soviético” con el “marxismo occidental” con el fin de unificarlos en un frente común en contra del temible “diamat” (LEVANT, 2014a, p. 187). iii Ver el artículo de Lenin “Sobre Veji”(LENIN, 1983) . iv Esta ponencia de Vesa Oittinen es particularmente interesante ya que replica varios de los argumentos utilizados por Józef Bochénski, este último dedicó un parágrafo de su libro a denostar la “actitud polémica y agresiva” y también consideró a Lenin un demagogo revolucionario que carecía de escrúpulos éticos (BOCHÉNSKI, 1963). Oittinen no es tan explícito y burdo como Bochénski, pero su interpretación de la dialéctica de Lenin no va muy lejos de este, pues retrata al líder bolchevique como alguien guiado por consideraciones puramente pragmáticas, poco preocupado por la tendencia teórica y que en realidad no tenía real conocimiento de la dialéctica filosófica (OITTINEN, 2017). Bibliografía: BAKHURST, David. Consciousness and Revolution in Soviet Philosophy. From the Bolsheviks to Evald Ilyenkov. Cambridge: Cambridge University Press, 1991. BAKHURST, David. On Lenin’s Materialism and empiriocriticism. Studies in East European Thought, [S. l.], n. 70, p. 107–119, 2018. DOI: https://doi.org/10.1007/s11212-018-9303-7. Disponível em: https://cpb-us-w2.wpmucdn.com/voices.uchicago.edu/dist/6/1013/files/2018/12/Bakhurst2018_Article_OnLeninSMaterialismAndEmpirioc-28iw1nm.pdf. BELLEFROID, Pierre. Prazhskie gody. 2008. 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1 Comentario
Por Valentín Tolstij
Traducido por Víctor Carrión [...] Mijaíl Lifschitz es considerado uno de los pensadores más enigmáticos de la época soviética, como lo expresó no hace mucho un periódico liberal. Esto es justo en parte, pero ahora, a medida que ingresan materiales nuevos, antes desconocidos, este carácter enigmático se hace más diáfano y fácil de resolver. Nuestro pasado, lo que fue, ya no resulta tan sencillo y unívoco como nos lo intentan sugerir post factum los antisoviéticos osados y que ven claro de repente. En la época soviética Lifschitz no se lamentó mucho por la atención y aceptación tanto en círculos oficiales como en círculos intelectuales. El artículo “¿Por qué no soy un modernista?”[1] tampoco gustó mucho ni al redactor principal de “Literaturnaya Gazieta”, A. Chakovski, ni a los autores cercanos al periódico y, con todo, fue publicado. Al parecer, no solo por las cualidades del lenguaje y estilo literario que por alguna razón (¿no se comprende cual?) embruja y despierta el interés del lector. En esa época, lo dicho en este sobre la crisis del arte contemporáneo me pareció preciso y veraz (verdadero). No hace mucho “Literaturnaya Gazieta” (N° 19-20) publicó las opiniones y juicios competentes sobre la condición y situación en la creación plástica nacional de la académica, (de la Academia Rusa de Bellas Artes), profesora Tatiana Nazarenko. Recordemos que no hace mucho tuvo lugar la exposición de logros del salón en la CCA[2] que marcó la condición deplorable y, lo principal, el despropósito de todo lo que transcurre en esta condición y situación. Como lo preveía Mijaíl Lifschitz, hace medio siglo atrás, se dio y se fortalece la sustitución de la creación sacra del artista de género pasado por los “bodrios” y “escombros”, ya descrita por el filósofo en el artículo “Fenomenología de la lata conserva” (1966)[3]. El palidecer y languidecer de la tradición de la plástica, la capacidad de dibujar que es reemplazada por las “nuevas tecnologías” y el trato con el arte figurativo se transforma en show, semejante al que ya tuvo lugar no hace mucho en el tablado. La tendencia al “pequeñoaburguesamiento” del arte surgió mucho tiempo atrás, antes de Lifschitz y el modernismo por él criticado, esto ya lo notaron perspicaces enciclopedistas occidentales y rusos del siglo XIX. Lo hizo Alexander Herzen, en particular, en el espíritu de no aceptar al arte degradado “al rol de embellecimiento exterior, de tapiz, de adorno, en el rol de organillo: se mete, el organillero pasa, querrá hacerse escuchar, le dan un centavo y quedamos en paz”. Ya que para el mezquino la belleza de la naturaleza y el arte no son más que un complemento para la prosperidad: en la pintura él ve el coloreado de la fotografía, en la novela y drama la distracción de los problemas vitales y medio de distraer ligeramente los nervios. No le agrada el arte “tendencioso” que le obliga a pensar sobre el sentido de lo existente, a reflexionar sobre lo universal y lo personal, a enseñar sin insinuaciones a tomar decisiones, tomar para sí una parte de la responsabilidad solidaria. El arte que complace los gustos del público pequeño burgués, el pancista satisfecho consigo mismo, se denomina hoy “actual” o “glamuroso”, pero su esencia sigue siendo la de antes, profetizada y dada justamente por el modernismo. Es decir, determinada filosofía y psicología que define y forma la relación del arte con la realidad real, y en el plano estrictamente cognoscitivo, con la veracidad y la verdad. Y aquí no podemos rehuir un tema, Lifschitz y el marxismo. Los oponentes del filósofo, incluso gente que simpatizaba con él, lo tenían y lo caracterizaban como el “último marxista” (N. Dimitrieva, B. Sarnov), “marxista fósil” (A. Solzhenitzin)[4], incluyéndonos a nosotros , los partícipes del club “Palabra libre” en ligazón con el centenario del filósofo (mayo, 2005), que lo tildamos de “último soldado del marxismo”. Lo que es completamente justo, aunque también se debe tomar en consideración la actitud diversa de cada uno de estos hacia el propio marxismo. Lifschitz, polemista brillante, maestro de las determinaciones y valoraciones duras, jamás sustituyó la crítica por los improperios y pidió no confundirlo con los que motejan al modernismo (y luego al postmodernismo) de “esquizofrenia estética” engendrada por el “marasmo”, etc. Notemos en particular la siguiente circunstancia de importancia: al criticar al modernismo como corriente, el filósofo rindió homenaje al talento y maestría de muchos modernistas. El modernismo para Lifschitz no era ni de lejos un error o una enfermedad psicopática. Este es un fenómeno del espíritu, consciencia y creación del siglo, un cierto modo y estilo de interrelación del arte con la realidad, en los ojos y comprensión del pensador se liga con el culto a la fuerza, el goce de destruir, el amor por la crueldad, la sed de una vida irreflexiva y la obediencia ciega [5]. El modernismo a diferencia del realismo sustituye la imagen de la realidad por la voluntad artística hipnótica del creador que demuestra su capacidad de torcer la consciencia de la gente en todas las direcciones y obliga al espectador a tragarse todo lo que convenga. A esta estética no la determina el vínculo con el mundo real, sino la fuerza de sugestión e influencia que adquiere el arte en la sociedad de masas y la cultura de masas (la fuerza del “masivo contagio psíquico”). Así que todos los pecados mortales del siglo XX, según Lifschitz, encuentran reflejo y expresión adecuada en la estética y poética del modernismo. He ahí porque al acentuar de forma polémica la situación y problema, él dijo: “Al encarar este tipo de programa doy mi voto por el academicismo más mediocre y epígono, pues este es un mal menor” [6]. Esto último lo utilizó, en la polémica, como un procedimiento puramente demagógico, imputar al marxista frenético que este atenta contra la naturaleza del arte que parece simplemente no sentir ni entender. El ataque se dio bajo el signo y lema de “¡Cuidado con el arte!”. Lifschitz respondió con la contratesis “¡Cuidado con la humanidad!”[7], salió el libro “Crisis de fealdad” (1968) y en el resumen de sus discrepancias sobre el problema del modernismo estuvo el artículo “Liberalismo y democracia”, poniendo todos los puntos sobre las i en la discusión sobre el modernismo. Lifschitz corroboró y proyectó la presencia y altura de su sensibilidad y gusto estético en sus brillantes análisis de la esencia del arte religioso (iconografía) de la Antigua Rusia, los textos de Puschkin y los lienzos de Velázquez, el original tratamiento filosófico del fenómeno de la célebre “Sonrisa de la Gioconda”... El sentimiento de estima por la especificidad del arte se expresó en el reconocimiento de la prioridad de la necesidad creadora interna del artista de representar la vida en toda su poesía, prosa y trivialidad (“como esta es”), real e involuntaria. Según Lifschitz, el arte “no enseña y no juzga”, este simplemente influye en el espíritu, lo despeja de la mentira detestable y la amoralidad. Él comprende por valor artístico no el juego de herramientas y procedimientos de representación válidos en sí y para sí, sino el proceso y resultado de encarnación creativa, la transfiguración de la realidad que encuentra en la obra de arte su forma irrepetible, original. Recuerdo, como, al escuchar por una hora las canciones y baladas del “ronco” Visotzkij (en mi casa, en un magnetofóno), sin disimular la emoción, Mijaíl Alexandrovich dijo una frase-pensamiento que recuerdo: “Esto es muy objetivo y por ello es de un valor artístico supremo”. Curiosamente, mientras menos el artista ve, hace y protesta por su persona (miren cuanto sé, que talentoso soy, como dibujo, canto o danzo, bueno, simplemente soy un “genio”) más poderoso, penetrante y convincente es el influjo de su obra en el espectador, lector y oyente. El filósofo marxista más que nada se afligía de que el arte contemporáneo no sea tan siquiera capaz (!) de servir de suplemento a la cultura general o de medio pedagógico para diseminar ideas benéficas y para el ascenso de la consciencia de las masas populares. ¿Quién disputaría esta constatación? Mijaíl Alexandrovich Lifschitz no solo fue un hombre de pensamiento creador, inquieto y temerario, sino también un hombre de ideas en el sentido más directo y profundo de esta palabra. Se lo excluyó del partido (luego, es verdad, fue reintegrado), retirado por años de la actividad social activa, a propósito, antes y después de la lucha contra el “cosmopolitismo sin linaje”, impedido o “dejando pasar” a regañadientes, a chirridos sus obras y panfletos en la prensa. Él ahora tampoco está en la estima ni en el favor. Y todo porque él era un marxista, pero no de carnet, no de citas formales, como se debía “en el poder”, sino en el espíritu y pensamiento auténtico, fiel del propio Marx. Es extraño, pero es un hecho: así lo percibió cierto lector Víktor Trofimovich (sin apellido) en una carta proveniente de Merefa, enviada a Lifschitz en la víspera de su 70 aniversario... Tal reconocimiento en vida vale la pena. Por la vida vivida notó que la gente verdaderamente de ideas, como la gente de alta moral, es decir, entregada a sus principios y convicciones, que viven en concordancia con estos en presencia del todo el mundo, y a solas consigo mismos, tales personas no son tantas como nos parece en la vida cotidiana. En una de las cartas a un antiguo alumno, al notar la inclinación a adoptar la pose de la “consciencia honesta y noble”[8] al tiempo de permitirse cuando sea provechoso, y se desee, sucumbir a la seducción de la vileza y ruindad, él contó una vieja anécdota: “El judío converso estaba acostado en la playa. Alguien apareció junto a él y dijo: 'Una de dos, o te desprendes de la cruz o te pones los calzoncillos' ”[9]. Esto significa que al elegir y tomar decisiones no se debe obrar con astucia, y ser como mínimo probo y sincero. Cosa que, juzgando por las observaciones y hechos de muchos años, claramente no lo capta la élite intelectual actual. Al contrario, ésta de buena gana, y sin incomodidad aparente, simplemente olvida en algún momento los “diez mandamientos” absolutos y el imperativo categórico de Kant. Y hace, con plena consciencia, eso que desde los tiempos más remotos, de manera censurable, no debió haber hecho: digamos, en lugar de despedirse con la dignidad y honradez pasada, prefiere vituperar y maldecir en vano. Y por eso sería interesante conocer cómo se hubiera conducido Lifschitz de haber vivido hasta la Perestroika y los eventos catastróficos que le siguieron. Propuse esta pregunta al abrir la discusión del club en relación con su aniversario. Recuerdo al pie de la letras las palabras por él dichas en la víspera de su muerte: “Entré en la vida consciente bajo el signo del gran viraje de la época de Octubre”, cuya esencia el develó de modo inequívoco en su artículo “Importancia moral de la Revolución de Octubre” publicado, por ironía del destino, en la primavera de 1985 en la revista “Kommunist”. ¿Qué diría Lifschitz al conocer sobre la disgregación de la URSS, principal conquista y creación de esta revolución? Creó que él sin duda alguna nombraría los motivos y causas verdaderos y no lo cómodo y ventajoso para alguien. En verdad, él escribió de modo totalmente sincero en la carta personal a su alumno: “Si nuestras ideas comunistas triunfan, tras muchas pruebas, nada más me falta”[10]. ¿Y cómo hubiese reaccionado a la experiencia de veinte años de “construcción victoriosa del capitalismo” en la Rusia postsoviética, algo que hoy no intenta de modo serio y fundamentado ni un solo intelectual que goce de buena salud? ¡¿ En verdad no me imagino como viviría y trabajaría en esta situación el propio Lifschitz con su carácter, temperamento y manera de llamar a las cosas por su nombre?! Ser un hombre de ideas (no parecerlo, no tener fama de, sino precisamente ser) es fabulosa, extraordinariamente difícil y ajetreado. Como dicen en una ciudad del sur, muy cara. Mijaíl Alexandrovich sabía y comprendía esto e incluso le perdonó a alguien la pusilanimidad cotidiana, pero, excúseme, no podía soportar abiertamente y en público toda la vida a convenencieros e hipócritas de todas las épocas y colores. Lo único que no le gustaba, al parecer, eran las mataperradas del tratamiento indecoroso para con el marxismo de viejos y nuevos (“los jóvenes marxistas”[11]), sintiendo en la piel la inevitable transformación futura de estos en “antimarxistas”. Él mismo se avitualló del estatus de “probidad académica acostumbrada” (según su propia definición) y jamás envidio a esos que en provecho de la carrera sacrificaron su potencial moral y dotes de talento. Mejor una carrera académica modesta que la politiquería más circunspecta; he ahí eso que él dirigió en calidad de reproche a todos los amantes de frotarse y gallardear cerca del poder. Vaticinó que estos no brillan, “salvo, puede ser, por las dachas, autos y ancianidad prematura (esto último ya no es un “puede ser”, sino que es totalmente exacto)” [...] 1 Publicado originalmente en la revista “Estetika” (Praga, N°4, pp. 331-337) en 1964, vería la luz en la Unión Soviética el 8 de octubre de 1966 en el periódico “Literaturnaya Gazieta”. El artículo “¿Por qué no soy un modernista?” forma parte de la compilación “El Arte y la Ideología” (Edithor, Quito, 2018). (N. del ed.) 2 Casa Central del Artista, también conocida como “Nuevo Tretiákov”. (N. del ed.) 3 Ver: “El arte y la ideología”, Edithor, Quito, 2018, pp. 62-100. (N. del ed.) 4 Ver: Solzhenitzin, A: “El roble y el ternero”, 1975. (N. del ed.) 5 Lifschitz, Mij: ¿Por qué no soy un modernista? en “El arte y la ideología”, 1” ed., Edithor, Quito, 2018, p. 141. (N. del ed.) 6 Lifschitz, Mij: ¿Por qué no soy un modernista? en “El arte y la ideología”, Op. Cit., p. 152. 7 Ver: “El arte y la ideología”, Op. cit., pp. 159-185. (N. del ed.) 8 Lifschitz tomó este concepto de la crítica a la novela de Eugène Sue, “Les Mystères de Paris” que Marx y Engels realizaron en “La Sagrada Familia” (1844). (N. del ed.) 9 Carta de Mij. Lifschitz a Gueorgui Fridlender, 22 de septiembre de 1960. (N. del ed.) 10 Op. cit. (N. del ed.) 11 Jóvenes marxistas: apodo dado por Mij. Lifschitz a intelectuales como Valentín Neponmiaschi, Yuri Davidov y otros con los que mantuvo una fuerte polémica a finales de los años 50 e inicios de los años 60. Los “jóvenes marxistas” defendían la mixtura del marxismo con el existencialismo y la “teoría crítica” de Frankfurt; para finales de los años 1960 todos habían evolucionado a posiciones francamente antimarxistas. (N. del ed.) Por Víktor Shapinov
Traducido por Víctor Carrión M.A. Lifschitz, hablando en sus propias palabras, dichas acerca de E.V. Iliénkov, “no buscó la comodidad interna” en sus obras sobre estética marxista. Probablemente, en ligazón con esta negativa es que jugando al ganapierde con los burócratas de la cultura las ideas de M.A. Lifschitz resultaron ser prácticamente desconocidas para la amplía opinión pública. La primera ocasión, estas ideas fueron pisoteadas a fondo por los secuaces de la uniformidad dogmática de finales de los años 30, por “elevar a un trono a Nietzsche y Spengler”, “prédica de una cosmovisión reaccionaria”, “rechazo del análisis de clase”, etc. En una segunda ocasión, M.A. Lifschitz sería entregado a la anatema ya en los años 60, pero esta vez por parte de la intelliguentsia liberal (entre los que, por lo demás, se encontraban no pocos marxistas “certificados en notaria” de los años 30) con los formulismos: “dogmático”, “conservador” e incluso “arcipreste Avvakúm1 de la nueva estética de los viejos creyentes” (Liev Kópeliov) y “marxista fósil” (A.S. Solzhenitzin). Como resultado, no fue reclamada una corriente de pensamiento que por su potencial de ideas, su paradigma, no cede en nada a la hoy todavía popular Escuela de Frankfurt. Pareciera que la solución del problema de un fenómeno tan complejo de la cultura espiritual como es el modernismo, propuesta por M.A. Lifschitz en los trabajos publicados, no ha perdido su actualidad. Schelling una vez dijo que la arquitectura es música petrificada. Parafraseando sus palabras, es posible decir que la creación de los adeptos del modernismo es filosofía petrificada. Filosofía que celebró el giro en el desarrollo de la ideología burguesa del siglo XX que se expresa en la negación de la verdad objetiva, la huida de la reivindicación de la razón, la sustitución de la racionalidad por el juego de las fuerzas vitales, el culto al salvajismo voluntario. En el arte del modernismo el giro en cuestión lo encontramos en la negación de la tradición realista, en la negación del dictado de la realidad en provecho tal o cual variedad de visiones y estilos subjetivos. M.A. Lifschitz fundamentó su crítica del modernismo en la contraposición con la tradición clásica, cuya continuación sujeta a ley es el marxismo. La creación de M.A. Lifschitz es la profundización de la teoría leninista del reflejo, su aplicación concreta a las grandes figuras y fenómenos del desarrollo cultural de la humanidad. En las grandes creaciones de los representantes de la cultura tradicional M.A. Lifschitz sigue el movimiento de la verdad objetiva, intentando descubrir las pizcas de lo absoluto incluso en los errores de los activistas de la cultura de la civilización clasista. Justamente esto contrapone su posición a la de las distintas escuelas y tendencias (de los sociólogos vulgares de los años 30 a los eclécticos liberales de los años 60-70) que presentan la historia del espíritu humano como la alternancia de culturas, ideologías o sistemas de símbolos cerrados en sí mismos. En contra de este género de hermetismo y limitación de la consciencia, M.A. Lifschitz adujo el principio de la consciencia consciente, su responsabilidad. Esperamos que las experiencias de tal aplicación de la teoría del reflejo sean de interés para todos a quienes les interesa la filosofía del marxismo, o incluso a todos a los que no les es indiferente la historia del desarrollo cultural de la humanidad. M.A. Lifschitz no era un político en el sentido estricto de esta palabra, pero su trabajo está penetrado de la idea de la lucha contra la enfermedad (infantil y a menudo para nada infantil) que acompaña los movimientos más masivos del siglo pasado: el desenfreno del elemento pequeñoburgués, el cesarismo revolucionarios, las desviaciones ultraizquierdistas que siempre acompañan a los excesos derechistas, etc. M.A. Lifschitz prescribe en calidad de panacea contra estos monstruos, un solo remedio: el más amplío desarrollo de la democracia socialista. Este aspecto de las ideas de M.A. Lifschitz debe, sin condiciones, ser de actualidad para la izquierda contemporánea que se afana por sacar lecciones de la historia reciente. 1 Arcipreste Avvakúm: líder de los “viejos creyentes” que se opusieron entre 1656-1682 a la reforma de Nikon. Seguidores de una moralidad estricta, ascética y una interpretación rígida del dogma ortodoxo. Por Ilya Smirnov
Traducido por Víctor Carrión Mijaíl Lifschitz no definió al “modernismo” a través de la forma o el estilo (noten que respecto de los iconos rusos antiguos que no se llamarían “realistas” en la concepción usual, él habló con la mayor deferencia), él dio una definición por la esencia, tomó como punto de partida la “escena de la tentación de Adrian Leverkühn” en Thomas Mann: “florecen las llamas satánicas de las flores ponzoñosas del mal. Aquí, si no hay engaño, están todos los lugares comunes de la consciencia burguesa moderna en su seductora desnudez; y la pluralidad de intelectos, y el 'historicismo' demoníaco que se convierte en negación plena de la verdad objetiva, y la ineluctabilidad de la destrucción como principio creativo, y la mixtura de ideas místico reaccionarias con el espíritu innovador ultraizquierdista, y la supremacía de la insolente irracionalidad sobre el cadáver de lo lógico, y el regreso no a lo bello, sino a lo más burdamente primitivo como si fuese alta cultura, y también la igualdad de enfermedad y salud con cierta supremacía de lo primero. En una palabra, todos los nuevos descubrimientos de nuestros provincianos que se acomodan al traje de moda del día de ayer.”1 Ahora ya, es posible, que sea de anteayer y no un traje de moda, sino más bien el uniforme de la melancolía, único para todo el mundo, pero eso no hace la cosa más sencilla. El sucedáneo del arte, según Lifschitz, tiene raíces profundas en la economía del capital ficticio, parasitario2 y “en el propio desarrollo de la consciencia humana”3. “... un extraño pensamiento, su tarea no es crear un espejo del mundo, sino una realidad autónoma. Empezando con el cubismo, todas las tendencias modernistas se atribuyen el crédito de descubrir al cuadro como algo independiente de la naturaleza, que no reitera a su objeto particular.”4 “Aquí habla con nosotros no la naturaleza, sino solo la historia del estilo. El propio arte viene a ser medio externo, un código propio para expresión de objetivos ajenos.”5 Pero de la “negación de la verdad objetiva” inevitablemente se alza la “la estética del hipnotismo, la sugestión”...6 ¿Comprendido? Lo explico. Si no existen criterios objetivos de que es bueno, que es malo, significa que bueno será eso que ordene (y compre) se considere así. La ropa del rey desnudo. “... de allí al arte de desperdicios... no se va por un sendero estrecho y sinuoso, sino por una gran ruta automovilística”7. A través del modernismo al postmodernismo. “... el pensamiento reaccionario encontró una nueva forma de justificar su dominio iniciando con los tiempos de Nietzsche... La principal tendencia... fue la negación de las normas objetivas de lo verdadero, lo moral y lo bello, destacando los lados negativos, destructivos del neuma humano...”8 La revuelta contra la razón, la liberación de la consciencia de todas las restricciones9. “La prostitución espiritual contemporánea consiste justamente en dar la vuelta a los cánones y dogmas de la ideología burguesa. El mezquino de hoy ya no cree más en la belleza imperecedera de la Venus de Milo y del Apolo de Belvedere. Él repite la banalidad del relativismo ordinario que asevera que no existe verdad objetiva, que todas las épocas y estilos son igual de buenos, que incluso la deformidad tiene primacía ante la belleza, por ser más 'provocativa'...”10 Como si hubiera sido escrito ayer y no 40 años atrás. Lo principal es que el autor no se encierra en el ámbito del estudio del arte, él manifestó interesantes consideraciones, por ejemplo, sobre la naturaleza del fascismo, al tiempo de desmentir “la leyenda sobre el vínculo sujeto a leyes entre el fascismo y las formas reales de representación de la vida”11 y en general su concepción es de amplía aplicación. Como ustedes saben yo reseño las novedades de la literatura histórica. Y el peor infortunio es, de todos modos, la “negación de la verdad objetiva”, la sustitución de la ciencia, es decir del sistema de conocimientos reales, por la “hermeneútica fenomenológica”, “mentalismo” o el simple oscurantismo. En la formulación de Lifschitz esto sería “salvajismo artificial”. Comprenden, ¿en qué se diferencia del presente? El niño es encantador en su naturalidad, pero el tiíto adulto que cae en el infantilismo necesita una cura. Noten que Lifschitz valoró desde esa misma posición “lo postizo”12 semejante a la vida. De allí es comprensible, porque sus criterios, a guisa de plenamente marxistas, no se insertaron en la ideología oficial. Por otra parte, la ciencia en general se entiende mal con la ideología. Y en cuanto el autor del libro fue justamente un investigador, no están obligados a concordar con él, yo personalmente no concuerdo con toda una serie de valoraciones concretas, así como con ciertas conclusiones generales, por ejemplo, con la aplicación del concepto “burgués”. El propio término “modernismo”; él, por supuesto, lo deja bien establecido, pero no me parece exitoso, ya que, como el propio autor lo demuestra, el problema no está en lo nuevo o lo viejo, sino en lo auténtico y el sucedáneo. Existe espacio para la discusión. Lo importante es que libro da un determinado nivel de discusión sobre el arte. 1 Lifschitz, Mij.: El arte y la ideología, EDITHOR, Quito, p. 175. 2 Lifschitz, Mij.: Op. cit., pp. 74-82. 3 Lifschitz, Mij.: Op. cit., p. 83. 4 Lifschitz, Mij.: Op. cit., p. 97. 5 Lifschitz, Mij.: Pochemu Ya nie modernist?, Iskusstvo – XXI Vek, 2009, p. 257. 6 Lifschitz, Mij.: El arte y la ideología, EDITHOR, Quito, p. 95. 7 Lifschitz, Mij.: Op. cit., p. 95. 8 Lifschitz, Mij.: Op. cit., p. 117. 9 Lifschitz, Mij.: Pochemu Ya nie modernist?, Iskusstvo – XXI Vek, 2009, p. 243. 10 Lifschitz, Mij.: El arte y la ideología, EDITHOR, Quito, p. 117. 11 Lifschitz, Mij.: Pochemu Ya nie modernist?, Iskusstvo – XXI Vek, 2009, p. 290. 12 Lifschitz, Mij.: Pochemu Ya nie modernist?, Iskusstvo – XXI Vek, 2009, p. 190. Por: I.V. Davidov
Traducido por Víctor Carrión ... A mediados de los años 60 tras la publicación de una serie de artículos, Lifschitz sería estigmatizado como ortodoxo y retrogrado. A esta valoración también se unirían burócratas de la cultura que mudaban de color (A. Dimschitz, M. Jrapchenko). Como resultado sería olvidado por largos años, su nombre era silenciado o se lo repetía de modo acusatorio. Con todo es necesario recalcar que los criterios de M.A. Lisfchitz, criticados en tiempos distintos desde posiciones totalmente contrapuestas, jamás cambiaron. Sus propios críticos, que se unieron a mediados de los años 60, cambiaron sus puntos de vista y en la Perestroika empezaron a aniquilar a la Unión Soviética desde posiciones democráticas, y ya en nuestra época se pasaron a posiciones liberales-mercantilistas y conservadoras-proteccionistas. Se puede considerar el principal logro práctico de M.A. Lifschitz la victoria en los años 30 sobre el positivismo, que se hacía pasar por marxismo, y el retorno a la dialéctica. Su logro teórico es el descubrimiento del problema fundamental del siglo XX; la revuelta individual irracional que resulta ser el segundo puntal del capitalismo junto con el conservadurismo proteccionista, y la creación de la ontognoseología, la “teoría de la identidad” fundamentada en el método de diferenciación (distinguo) es la concreción infinita gracias a la cual se puede, por ejemplo, refutar la teoría del totalitarismo de H. Arendt que aproxima el comunismo con el fascismo. “Distinguo es lo mismo que la deducción del diferencial que da un carácter más concreto que diferencia convergencias, paquetes de significado: dónde, cuándo, quién, cuál, cómo, etc... En esta diferenciación incesante e infinita, distinguo se reitera continuamente a un nuevo nivel. En esto consiste el movimiento progresivo en un sentido absoluto, progreso... Este se realiza en el desarrollo convencional y consiste en la diferenciación continuamente infinita que no simplemente da un distinguo más determinado, sino que también consiste en sí en la elevación de las normas”1. En lo que concierne a la revuelta individual integral irracional, en la actualidad pueden servir de ejemplos de esto el arte contemporáneo, en particular el teatro, la ideología del anarcoliberalismo que se hace pasar por progreso e izquierdismo. De hecho, esta es parte de lo dominante, como hace cien años atrás, el consenso liberal-conservador (discurso) en el que el rol de conservadores-proteccionistas lo juegan los ortodoxos y estatalistas (V. Chaplin, M. Leotiev, E. Fedorov, E. Misulin, etc.) que hablan sobre tradiciones y moral, y los liberales-revoltosos, los activistas del arte contemporáneo, periodistas liberales y los “expertos” y funcionarios “ilustrados” que les son indulgentes (M. Guelman, K. Serebrennikov, K. Bogomolov, D. Dondurey, A. Arjanguelskij, S. Kapkov, V. Surkov). En este caso la contraposición en cuestión es ilusoria, expresada solo en palabras, pero de hecho ambos lados conviven pacíficamente y están prestos a considerarse mutuamente socios de pleno valor (ejemplo; V. Chaplin que invitó a su templo a una exposición del arte contemporáneo, y también A. Arjanguelskij que continuamente invita a ambos lados en su transmisión televisiva “Esos tiempos” para la reconciliación en el marco del consenso antes mencionado). El objetivo de todo es la interdicción de la revolución, abstracción de las contradicciones sociales y clasistas y la defensa del mercado. La revuelta anarcoliberal en todo esto es ese complemento obligatorio al capitalismo, como la oscuridad para la luz. Ya que, como escribió K. Marx, “solo el hurto puede aún salvar a la propiedad, el perjurio a la religión, el hijo bastardo a la familia, el desorden al orden”2. Justamente por eso M. Lifschitz llamó a esta revuelta de integral. Él escribió que la revuelta y la revolución no son uno y lo mismo, que lo progresivo por la forma puede conducir a la regresión por la esencia. Tras 1968 en Europa y en años recientes entre nosotros, la burguesía para preservar su predominio hizo la apuesta justamente sobre la base de esta revuelta presuntamente progresista. A propósito de esto M. Lifschitz escribió: “En nuestros días, no es posible negar la ausencia del elemento revoltoso en las ideologías más reaccionarias. Esta dislocación espiritual responde a cambios reales de las condiciones históricas. Al capitalismo actual con su nuevo burocratismo le acompaña en calidad de reverso no el simple juego de intereses parciales, sino la lucha ominosa por un lugar bajo el sol, la hipocresía moral ligeramente camuflada.”3 “En ligazón con estos cambios del capitalismo, su vieja ideología dominante se hundió en el caos de las representaciones irracionales. Los lugares principales en ésta lo ocuparon las ideas que antes pertenecían al anarquismo”4. Esa libertad que produjo esa revuelta es de hecho ilusoria. En realidad esta es solo el fantasma de la libertad. Esto podemos observarlo en el ejemplo de la Europa de hoy en la que es posible expresarte a sí mismo como quieras, dormir con quien quieras, pero con todo esto no es posible alterar la base del orden económico-social. Y la élite burguesa que domina acuerda que es mejor reconciliarse con la criminalidad, todo tipo de anarquía, solo no tiene que tocarse el “sagrado principio de la libertad” entendida como independencia de la persona privada de los intereses sociales. Allí la legitimidad de los políticos se basa en esto. Entre nosotros esa legitimidad se basa en aplastar esta revuelta. En todo esto, tanto allí como aquí el discurso oficial se presenta en derredor de los problemas de la moral, sin observar cuestiones socioeconómicas (es decir, la prohibición de la resolución del matrimonio del mismo sexo, cuestiones en relación a la religión, apariencia externa, en el mejor de los casos ecología, y no los mecanismos básicos de la economía capitalista y las normas sociales). 1 Lifschitz, Mij.: Chto takoie klassika?, Moscú, 2004, p. 87 [en ruso]. 2 Citado por Lifschitz, Mij.: El arte y la ideología, EDITHOR, Quito, 2018. 3 Lifschitz, Mij.: Obras Escogidas, tomo 3, Moscú, p. 250 [en ruso]. 4 Ídem, p. 250. El mayor evento de la industria editorial a nivel global, la feria del libro de Frankfurt 2010, trajo a colación la cuestión del futuro de la industria y la digitalización del libro.
Mucho se ha escrito respecto a esto y hemos notado cierto acento en la cuestión de los dipositivos digitales de lectura de libros como el ipad, en los formatos y ventas de e-books, lo que hace que muchos profeticen el fin del libro impreso. Si a esto sumanos los problemas de muchas grandes cadenas de ventas de libro, los problemas financieros de Barnes & Noble, superados en este último año según los informes de la compañía, y la reciente noticia de la bancarrota de Borders, la segunda mayor cadena de librerías en los Estados Unidos, todo parecería confirmar esta tendencia. La verdad, solo el tiempo mostrará que tan reales fueron estas predicciones, sin embargo, en la feria del libro en Frankfurt, se trajo a colación hechos que no estan en la atención de muchos quienes opinan sobre el tema, y esto tiene su explicación, son hechos que muchas veces se relacionan más con la industria gráfica de impresión que con la editorial, y frecuentemente quienes escriben sobre el negocio editorial no tienen un gran conocimiento de este otro aspecto. En la feria del libro de Frankfurt un sector importante de las grandes editoriales anunciaron que la transición a la digitalización se prolongará hasta el 2030, en una proporción que puede variar del género de libro y su utilidad, desde un 70% a un 30%. Otro sector editorial en cambio señaló que tal transición no se daría pues mucho material impreso se mantendría vigente pese los cambios tecnológicos. Tomese en cuenta que hoy en día el medio digital representa solo el 1% del movimiento editorial total. En realidad la aparición del libro digital no es algo nuevo, el intercambio y publicación de textos por internet lleva más de 10 años en auge, aunque si ha tenido un espaldarazo por el lanzamiento de los lectores portatiles que superan la limitación del texto digital de necesitar cargar un gran equipo (PC o laptop) para leer un libro. Al tiempo que esta tecnología comienza a difundirse, aunque todavía tiene que lograrse una unificación de formatos y normas de compatibilidad, también surgen nuevas tecnologías de impresión que logran superar dos grandes problemas que tradicionalmente había tenido la impresión de libros en los métodos de gran tiraje (offset, huecograbado y heliograbado): costo y cantidad. El sistema offset ofrece excelente calidad en textos y gráficos pero requiere la impresión de un número mínimo de ejemplares para lograr un bajo precio por unidad, esto obviamente hace que la inversión de una publicación sea considerable y no al alcance de todos. También representa un problema para las editoriales que debían considerar solo la edición de títulos que puedan vender en una cantidad mínima, lo que dificulta la diversificación del catálogo a menos que se posea un gran capital para soportar la amortización de esa inversión. Los sistemas de impresión digital offset y los terminados automáticos son tecnologías creadas para solucionar estos problemas, permitir publicar textos en tirajes cortos con gran calidad. Desde hace varios años, desde que la compañía japonesa Ricoh lanzo al mercado sus duplicadoras digitales (una especie de versión digital del mimeografo), hasta hoy cuando tenemos ante nosotros sistemas de impresión digital rotativos o en gran formato como las HP Indigo, la impresión digital offset ha venido ganando espacio, curiosamente sin dejar obsoleta la vieja tecnología de impresión, sino más bien segmentando su aplicación, así el tradicional offset, huecograbado y heliograbado siguen siendo lo más eficiente para impresión de grandes tirajes, mientras los sistemas digitales posibilitan la impresión de tirajes cortos. Un caso aparte es la Expresso Book Machine, por ahora solo destinada a bibliotecas y universidades, cuyo sistema de impresión digital y acabados automáticos, permite que en 20 minutos la persona tenga en sus manos un libro de 400 páginas. Estos avances en los métodos de impresión crean la posibilidad, hoy ciertamente real, de crear un sistema de edición de libros por demanda, dando chance a las editoriales de diversificar su catálogo y segmentar los nichos de oferta. Por eso un cuadro más completo del futuro del libro, no debería solo incluir la digitalización y los libros virtuales, sino también las nuevas tecnologías de impresión. Lo cierto es que el uso de textos digitalizados no es nuevo, cientos de sitios de internet contienen grandes archivos de obras clásicas y modernas. Los formatos PDF y DJVU desde hace algunos años permiten la difusión de la lectura digital. Esto también nos permite ver otra tendencia que seguramente se acentuará en el futuro, en varias regiones del mundo donde la descarga de libros y textos ya es una tendencia generalizada (por nombrar dos casos tenemos Estados Unidos y Rusia. En Estados Unidos con predominancia de los formatos html y PDF, y en Rusia con predominancia del formato DJVU), los textos más descargados son precisamente los que, eventualmente, deben ser publicados en libro impreso, muchas veces por demanda del propio público. Por estas consideraciones, es evidente que el futuro inmediato la industria editorial sufrirá grandes transformaciones, que afectarán las modalidades de comercialización del libro. Antes que profetizar la desaparición del libro impreso, creemos más prudente pensar que los formatos del libro se diversificarán, así libros digitales, en audio y en papel coexistirán en diversas proporciones y preferencias. |