Si se echa una mirada a todo lo escrito, más precisamente, a todo lo creado por Mijaíl Alexandrovich Lifschitz a lo largo de toda su vida creadora, entonces viene a ser evidente que esto es el despliegue consecuente de los capítulos de una gran obra, una gran investigación a la que se le puede llamar con total precisión por el título de uno de sus libros: “El arte y el mundo contemporáneo”. Esta gran obra no se dispersa en fragmentos, aquí cada nuevo trabajo – incluso los lanzados décadas después de los precedentes – resulta ser tanto un desarrollo como un complemento y concretización de eso que se hizo en los capítulos previamente escritos
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En la historia de la filosofía el término de “lo universal” sirvió para la expresión de dos conceptos distintos en dependencia de cómo se concebía el problema de la relación de lo universal (de lo general) con lo singular y lo particular. Descargar el texto completo:
Tras la Revolución de Octubre la rápida y amplísima propagación del marxismo y su aclimatación como concepción dominante del mundo por una parte de la vieja inteliguentsia hizo de la sociología vulgar un fenómeno masivo, percibido en la práctica y que representaba un serio peligro para la cultura socialista. Formas particularmente perniciosas adoptaron una demagogia basada en el abuso de la noción de lucha clasista en el campo de la formación cultural. No hay duda que en los años de 1920 tuvo gran influencia el entendimiento de experiencia de clase y cultura proletaria legado por la escuela de Bogdanov. La sociología vulgar frecuentemente trajo consecuencias risibles, caricaturescas, pero, al mismo tiempo, destructivas. Baste recordar la teoría de la extinción de la escuela, uno de cuyos partidarios fue, por ejemplo, M. Pokrovski. En el campo de la historia rusa la sociología vulgar frecuentemente se limitó a poner patas arriba los esquemas oficiales de la historiografía previa, “rellenando de política el pasado”. Según este punto de vista, Dimitri el Impostor y Mazepa eran los representantes de las fuerzas revolucionarias de su época y el valor progresista de las reformas de Pedro sufría una radical negación. En general, todo lo vinculado con la tradición nacional y el viejo Estado era condenado de antemano por la fraseología revolucionaria. Al comienzo mismo de la revolución y después, nuevamente, en los años críticos de los primeros planes quinquenales la sociología vulgar fue en general el ambiente nutritivo para diferentes movimientos izquierdistas que rechazaban la herencia de la vieja cultura. Las formas extremas de la negación ultraizquierdista adoptaron algunas veces un carácter fantasioso; de la prédica de la destrucción de los museos a la teoría de la disolución del arte en la producción y la vida misma (LEF). La sociología vulgar frecuentemente se fusionó con las conclusiones destructivas de las corrientes modernistas o dio su apoyo a algunas de estas. Así, por ejemplo, se consideraba casi irrefutable que la corriente en pintura más consonante con el proletariado “organizado” era, por encima de todo, el cubismo. La pintura de caballete fue negada en nombre del monumento. Los géneros literarios, heredados de la vieja sociedad, eran puestos en duda; hubo teorías de la extinción de la tragedia y la comedia. Las tendencias más moderadas de la sociología vulgar consideraban a la vieja cultura como un gran cementerio de procedimientos formales que el proletariado vencedor podía usar para sus propósitos utilitarios, observando para esto la consabida precaución. En total contradicción con la elevación espiritual de las masas trabajadoras, a las cuales la revolución les otorgo vía libre a los tesoros del arte mundial, la sociología vulgar hizo su propósito secreto o explícito el denunciar a los escritores y artistas del pasado como sirvientes de las clases dominantes. Desde este punto de vista, cada obra de arte era un ideograma codificado de uno de los grupos sociales que luchaban entre sí por un lugar bajo el sol. Por ello, la tarea del artista proletario debía consistir en la expresión detallada de la psicoideología de su clase, siendo esta más organizada, saludable, activa y optimista que cualquier otra. De allí las innumerables definiciones risibles lanzadas por la sociología vulgar sobre los clásicos literarios, convirtiendo a Pushkin en ideólogo de la nobleza empobrecida o aburguesada terrateniente, a Gogol en el pequeño noble hidalgo, a Tolstói en representante de la nobleza media apegada a la alta aristocracia, y otras más. Consideraban firmemente que en realidad los decembristas no defendían los intereses del pueblo, sino la causa de los terratenientes interesados en el comercio del pan. Las pizcas de verdad contenidas en semejante sociología finalmente se convertían en absurdos, grandilocuentes y beligerantes. El fanatismo ingenuo de la sociología vulgar era en parte la inevitable consecuencia de la protesta espontánea en contra de todo lo viejo, exageración de la negación revolucionaria, propia de cualquier revolución social profunda. En esta se manifestó también el bajo nivel cultural de las masas y el insuficiente entrenamiento marxista de la intelectualidad, su capacidad de ofrecer una explicación científica y verdaderamente partidista, una valoración comunista de los complejos fenómenos de la cultura mundial. Las tareas del pensamiento marxista eran grandes y extensas, surgieron frente a este en toda su dimensión inmediatamente, al día siguiente de la revolución. Incluso Engels testimoniaba el insuficiente perfeccionamiento de aspectos más concretos del análisis materialista del fenómeno social, esto, claro está, no podía ser de otro modo en condiciones de lucha revolucionaria. Algunos de los difíciles problemas del materialismo histórico no fueron resueltos por los herederos más cercanos de Marx y Engels, no obstante, el talento y erudición de propagandistas del marxismo como Lafargue, Mehring y Plejánov. El nivel superior de resolución de estas cuestiones, postulado en la teoría y la práctica leninista, tampoco fue suficientemente comprendido. Las formulas acostumbradas de la literatura socialdemócrata enmendadas en el espíritu de la ultraizquierdista “filosofía de lucha” (tipo Volski) gozaron de amplia difusión en la prensa. En este trasfondo fue digna sorpresa con que brillantez A. V. Lunacharski resolvió los problemas del análisis marxista de la creación artística, a pesar de que, él también, voluntaria o involuntariamente, hizo grandes concesiones a la sociología vulgar. Por otra parte, sería un error considerar a la vulgarización del marxismo como una simple deficiencia en la cultura marxista, el fervor en razón de lograr un bello propósito. Muchos representantes de la sociología vulgar no eran en absoluto vulgares, al contrario, eran refinadísimos; el rústico método sociológico-vulgar era para ellos algo que los saciaba, la clase de filosofía que adoptaban consciente o inconscientemente. La sociología vulgar es un fenómeno que no es personal, sino histórico. Una mixtura de ideas burguesas, influencia de la psicología de aquellas fuerzas sociales que tomaron parte en la revolución, pero para sí y a su manera, la psicología del pequeño mugroso, a la que Lenin consideraba un gran peligro para la genuina cultura proletaria, para el marxismo. La alguna vez poderosa sociología vulgar se agotó a mediados de los años 30. Quedaron en silencio los más notables representantes, frecuentemente personas talentosas y, de cualquier manera, consecuentes. Los gigantescos cambios sociales y políticos que ocurrieron en esa época en la Unión Soviética, hicieron imposible la manifestación directa de las ideas del democratismo pequeñoburgués, y los remanentes de la psicología del pequeño mugroso, que no eran muy numerosos, asumieron formas completamente diferentes. Los esquemas de la sociología vulgar se corresponden con aquellas propuestas ideológicas que aparecen en condiciones dadas, espontáneamente e independientemente del deseo de las propias personas. Lo específico en este tipo particular de pensamiento se remonta a la época del viejo materialismo, limitado por el horizonte de la sociedad burguesa. De allí su degeneración en positivismo en la segunda mitad del siglo XIX (uno de los típicos representantes de este positivismo fue Taine, creador de la primera “sociología del arte”). Si dejamos de lado la fraseología de clase, vemos yaciendo en la base misma de la sociología vulgar el entendimiento abstracto de las ideas de beneficio, interés, conveniencia. En su desarrollo unilateral estas ideas son típicas del clima moral de la era burguesa. Toda superficie “ideal” de la vida espiritual nos presenta puras ilusiones que esconden propósitos secreta o inconscientemente egoístas. Todo lo cualitativo-específico, todo el infinito es reducido a la acción de fuerzas elementales en un entorno limitado. Huelga decir que este entendimiento de la historia universal, en general, no tiene nada que ver con el materialismo dialéctico de Marx y Engels. Lee el texto completo en: Título: Libertad de la personalidad Autor: Mijaíl Lifschitz Rústico 114 páginas 15 x 19.5 cm. Año de la edición: 2010 ISBN: 978-9978-346-03-7 Precio: $2.00 (USD) Comprar ahora |